El próximo año señala un cambio profundo: dejamos atrás la urgencia de seguir tendencias para abrazar lo que conecta con nuestra esencia. El salón, corazón de la casa, se transforma en un lugar donde cada pieza tiene sentido, donde lo orgánico, lo artesanal y lo vivido se integran en un lenguaje común.
Materiales que respiran
La madera, la piedra, el lino o la cerámica recuperan protagonismo. No como ornamento, sino como materia viva que aporta textura, calidez y serenidad. Las superficies imperfectas, las vetas visibles o los tejidos naturales nos recuerdan que lo verdadero es siempre atemporal.
Colores que envuelven
Las paletas se suavizan en torno a los tonos tierra, arenas y neutros cálidos, mientras aparecen acentos profundos —verdes bosque, azules minerales, granates intensos— que aportan carácter sin estridencias. El color se entiende como un abrazo, no como una declaración pasajera.

Objetos con historia
Cada detalle adquiere un valor simbólico. Una lámpara heredada, un sillón restaurado, una obra de arte local: el salón se convierte en un espacio que cuenta quiénes somos y de dónde venimos. Se prioriza lo que tiene alma frente a lo que solo responde a una moda.
Luz y calma
La iluminación se concibe como atmósfera. La luz natural se potencia con cortinas ligeras y se acompaña de lámparas cálidas que invitan al recogimiento. El salón se piensa no solo para recibir, sino para descansar, leer, contemplar o compartir.
El 2026 se despide de lo efímero y abraza lo duradero. Más que un estilo, es una manera de estar en el mundo. Vivir rodeados de objetos que nos inspiran confianza, calma y pertenencia. El salón deja de ser un escenario para convertirse en un refugio con personalidad propia, reflejo íntimo de quienes lo habitan.