No hace falta viajar a un pasado remoto para practicar la arqueología: solo hay que fijarse en cómo interactuamos con lo que nos rodea. «Hacer arqueología tiene que ver con pensar sobre cómo las personas se relacionan con los restos materiales, objetos, espacios…», explica Tono Vizcaíno, historiador, arqueólogo y divulgador, para quien los muebles y la decoración son mucho más que combinaciones de formas y colores. Son, dice, «depósitos de significados; van más allá de la materialidad y tienen un componente simbólico muy fuerte«.
Para nosotros, esta visión cobra sentido cada vez que diseñamos una pieza destinada a perdurar. No buscamos muebles que respondan únicamente a una moda pasajera, sino objetos capaces de integrarse en el día a día y acompañar nuestros cambios: «No entiendo que haya un punto en el que has terminado de construir un hogar, sino que se trata realmente de un proceso sin un fin«, afirma Vizcaíno, subrayando que el hogar crece y se renueva de forma continua.
Un vínculo emocional
La diferencia entre una casa y un hogar no se encuentra en los metros cuadrados, sino en la carga afectiva que imprimimos en cada rincón. Para el experto, «una casa tiene que ver con la cuestión física de cuatro paredes y un techo, mientras que el hogar tiene que ver con la conexión emocional, con la vivencia que se puede construir a través de objetos«. Es ese vínculo emocional el que convierte una mesa o una estantería en parte de nuestra historia personal.
A día de hoy, las nuevas generaciones buscan autenticidad sobre uniformidad. Se alejan de los entornos estandarizados y se sienten atraídas por piezas con carácter propio: «El carácter único o exclusivo de un objeto hace que se establezca con él relación íntima«, señala Vizcaíno. Por eso, en nuestras colecciones incluimos desde diseños contemporáneos de autor hasta reinterpretaciones de piezas clásicas, todas ellas pensadas para generar un vínculo duradero.
Ese lazo con los objetos se fortalece a través de la experiencia. No basta con elegir un sofá porque encaje en el salón; lo relevante es la historia que se proyecta sobre él. El arqueólogo lo ejemplifica con su propio proceso de reforma que está viviendo: «Para mí lo fundamental tiene que ver con el relato, con las proyecciones que yo hago sobre ese lugar, la carga emocional que le estoy transmitiendo por el proyecto de futuro próximo«. Cuando incorporamos piezas que guardan memorias, como un jarrón heredado o un mueble recuperado, el espacio adquiere una profundidad imposible de imitar con objetos faltos de pátina.
El tiempo como aliado
En este proceso de construcción, el tiempo y la calidad son dos aliados indispensables. Un objeto diseñado para durar permite que esas historias se acumulen y se transformen: «Para mí que un mueble sea para toda la vida tiene dos significados: uno tiene que ver con que sea de calidad y otro con una cuestión emocional, qué historia hay detrás de ese mueble”. Nosotros seleccionamos materiales robustos y procesos artesanales para que cada pieza constituyan una base sólida donde anclar nuevas etapas.
La sostenibilidad, entendida como durabilidad, no solo responde a una responsabilidad con el entorno, sino también al deseo de un hogar auténtico. En un mundo sacudido por el consumo rápido, optar por muebles atemporales significa priorizar el valor frente a la utilidad efímera. «Una pieza funcional puede acabar convirtiéndose en un objeto decorativo con carga emocional que además va a trascender en el tiempo”, apunta Vizcaíno, quien recuerda que en las sociedades preindustriales la reparación era parte esencial de la vida doméstica, reforzando el vínculo con lo material.

El refugio emocional que buscamos se construye tanto de objetos compartidos como de rituales cotidianos. Esa jarra donde servimos el café cada mañana o esa lámpara que encendemos al regresar de la oficina, aunque no provengan de nuestro taller, pueden convertirse en protagonistas de nuestra intimidad: «El valor tiene que ver sobre todo con lo emocional, con el vínculo afectivo», afirma el historiador. Son esos pequeños gestos los que dan coherencia a nuestro diario de hogar.
En consecuencia, el proceso de amueblar y decorar un espacio ya no se concibe como una tarea a concluir, sino como un proyecto a largo plazo. Cuando colaboramos con diseñadores y artesanos, pensamos en muebles capaces de adaptarse a distintos usos y estéticas, que acompañen la evolución de gustos y necesidades. Un aparador que alberga libros hoy podrá exhibir fotografías mañana, siempre y cuando cuente con la solidez y la personalidad adecuadas.
La mirada de Vizcaíno aporta otra perspectiva: al contemplar la abundancia de opciones actuales, pone el foco en la responsabilidad del consumidor. «Esta producción en masa y diversidad de elementos para el hogar ha hecho que perdamos un poco el sentido de lo importante que son los objetos«, observa. Nuestra propuesta va en la dirección opuesta: reducir la rotación, promover la consciencia y fomentar la creación de espacios más personales y menos uniformes.
Un principio sin final
Para quien entra en un piso por primera vez, la promesa de un hogar puede resultar abrumadora. ¿Por dónde empezar? Una recomendación es partir de piezas clave que reflejen nuestra identidad: una mesa robusta para las comidas en familia, una butaca cómoda para los momentos de lectura o una estantería modular que crezca con nosotros. Estos ejes básicos se complementan con detalles únicos —textiles, objetos de cerámica o lámparas de diseño— que aportan frescura y singularidad.
Así, el hogar se convierte en un lienzo donde desplegar nuestras historias. La elección de cada mueble y complemento define la atmósfera y el tono de ese relato colectivo y personal. Por eso creemos que, más allá de tendencias, lo esencial es ofrecer piezas de calidad capaces de integrarse en esa narrativa, resistir el paso del tiempo y transformarse junto a quienes las habitan.
Un hogar no se termina cuando cuelgas el último cuadro: es un proceso sin punto final, un constante diálogo entre las personas y los objetos. Como concluye Tono Vizcaíno, «no hay un fin» en esta construcción, porque cada día añade un matiz nuevo. De hecho, «puedes no tener los muebles, no tener las necesidades básicas y, sin embargo, puedes sentir tu espacio como un hogar porque estás proyectando una vida ahí o porque estás transfiriendo a ese lugar toda una serie de valores y emociones».