En un mundo marcado por la prisa y el ruido constante, encontrar un refugio de calma y bienestar se ha convertido en una necesidad vital. Algunos lo buscan en viajes a paisajes tranquilos, donde la serenidad parece formar parte del horizonte. Sin embargo, no hace falta irse lejos: el verdadero reto —y la mayor recompensa— es aprender a construirlo dentro de nuestro propio hogar.
El concepto danés hygge (pronunciado “hu-ga”) comenzó a expandirse hace una década, transmitiendo la idea de hallar comodidad y felicidad en los pequeños placeres cotidianos. Meik Wiking, director ejecutivo del Instituto para la Búsqueda de la Felicidad en Copenhague, lo llevó a escala global con la publicación de Hygge (Libros Cúpula, 2017). Años más tarde, reforzó esta visión con Hygge Home (Libros Cúpula, 2022), una guía imprescindible para convertir cualquier espacio en un santuario acogedor donde vivir con más calma y plenitud.
Desde entonces, el hygge se ha infiltrado en la decoración y en nuestra manera de entender el hogar, consolidándose como un principio esencial para crear espacios seguros, cálidos y humanos. Wiking nos invita, a través de sus páginas, a dar forma a interiores que nos acojan y nos cuiden, convirtiendo lo cotidiano en una fuente inagotable de bienestar.
1. La iluminación con esencia hygge

En el universo hygge, la luz es uno de sus pilares fundamentales. Siempre que sea posible, conviene aprovechar la luz natural. Dejar que el sol entre por los ventanales e ilumine las estancias transforma la atmósfera de manera inmediata. Pero hay momentos del día o épocas del año en las que esto no es suficiente. En esos casos, lo recomendable es optar por una iluminación cálida, capaz de crear una atmósfera envolvente y acogedora.
La clave está en elegir luces suaves y regulables que se adapten a cada situación. Una lámpara cenital puede iluminar toda la sala, mientras que pequeños puntos de luz en rincones estratégicos permiten crear ambientes más íntimos. Una lámpara de mesa, situada junto al sillón en el que disfrutar de una tarde de lectura y una taza de té, puede convertirse en el corazón de tu propio refugio.
2. Materiales y formas que abrazan

En el estilo hygge, los materiales naturales son imprescindibles. La madera, el lino, el algodón y las texturas suaves aportan calidez y evocan la conexión con la naturaleza. Una mesa de madera, unas cortinas de lino que tamicen la luz del sol o una alfombra mullida bajo los pies son pequeños gestos que convierten el hogar en un espacio amable y relajante.
Pero no solo importa el material, también la forma. Wiking recuerda la importancia de los muebles que invitan a compartir. “En una mesa redonda, nadie se sienta presidiendo y todo el mundo es considerado un igual. Por lo tanto, puede decirse que una mesa redonda aporta igualdad y paz, pero también tiene más ventajas en el día a día: un ambiente más acogedor y un espacio mayor”.
Elegir muebles con curvas suaves o mesas redondas no es solo una cuestión estética, sino una forma de fomentar la igualdad, la cercanía y la sensación de pertenencia.
3. Un hogar que cuente tu historia

El hygge nos recuerda que la decoración no es solo estética: es una forma de expresar quiénes somos. Los colores, los objetos y la manera en que los disponemos transmiten nuestra esencia a todo aquel que cruce la puerta.
Para Wiking, un hogar hygge debe estar lleno de recuerdos y objetos con significado: “Se trata de sentir que tu vivienda expresa quién eres”. Una fotografía que te conecta con un momento feliz, una pieza artesanal hecha por alguien especial o un objeto rescatado de un viaje pueden convertirse en pequeños anclajes de bienestar.
Incluso esos detalles pueden funcionar como inspiración para nuevos proyectos personales. Como escribe Wiking: “Si la antigua máquina de escribir de tu abuelo te recuerda cómo te enseñaba a leer, colócala en una librería o en tu escritorio”. De este modo, el hogar se convierte en un refugio que no solo acoge, sino que también motiva.