Hay días que cuestan más que otros. A veces porque hemos dormido mal, porque intuimos que el día será largo, o simplemente porque nuestro ánimo se despierta un poco más lento. No siempre tenemos tiempo —ni ganas— de hacer yoga, meditar o salir a caminar antes que salga el sol. La realidad es que la mayoría vivimos con horarios ajustados y mañanas que se escapan entre duchas rápidas y tazas de café.
Por eso, con el tiempo he aprendido que no se trata de hacer más, sino de hacer mejor. De incorporar pequeños gestos, sin complicaciones, que desde casa nos ayuden a enfocar el día con más calma, energía y presencia. Los expertos en bienestar coinciden en que ciertos hábitos, aunque parezcan mínimos, pueden cambiar por completo nuestra disposición mental y física. Son rutinas que no requieren esfuerzo, pero sí intención. Y después de probar muchas, quiero compartir las 5 que más me han servido este último año. Son mis pequeños rituales antes de salir de casa.
1. Ventilar: un soplo de aire y energía renovada
Abrir las ventanas por la mañana se ha convertido en un gesto casi ritual para mí. Aunque haga frío, ese primer aire que entra me resulta revitalizante. Es como darle un respiro a la casa y al cuerpo. Ventilar unos minutos ayuda a oxigenar el ambiente, eliminar el aire viciado y mejorar la sensación de descanso nocturno.
Los microbiólogos coinciden en que es una práctica necesaria, sobre todo cuando compartimos espacios, aunque recomiendan no excederse para evitar que entre contaminación o humedad excesiva. Yo suelo abrir las ventanas mientras preparo el desayuno. Con cinco o diez minutos me basta para notar el cambio: el aire fresco entra, la mente se despeja y la sensación de pesadez desaparece. Es una manera sencilla de decirle al día: ya estoy aquí.
2. No decidir (mucho) por las mañanas
No hablo de vivir en piloto automático, sino de liberar a la mente de decisiones innecesarias en esas primeras horas. Antes, me levantaba pensando qué ponerme, qué desayunar, qué ruta de transporte iba a tomar… y, sin darme cuenta, ya estaba agotada antes de salir. Ahora prefiero dejar algunas cosas resueltas la noche anterior.
Preparar la ropa, dejar el bolso listo, apuntar las tareas prioritarias. Ese pequeño orden nocturno me permite empezar el día sin ruido mental. Los expertos en hábitos lo resumen muy bien: automatizar lo básico nos deja espacio para concentrar la energía en lo importante. Y, en mi experiencia, la sensación de tener el control sin apenas esfuerzo es un gran regalo.

3. No mirar el móvil al despertarse
Durante mucho tiempo lo primero que hacía al abrir los ojos era mirar el móvil. Correos, mensajes, redes sociales… siempre buscando la producción de dopamina, en un gesto tan automático como agotador. A veces sentía que mi mente ya iba a toda velocidad antes incluso de levantarme de la cama.
Hasta que un día decidí volver al despertador tradicional y dejar el teléfono fuera del dormitorio. Desde entonces, mis mañanas son más tranquilas. Me levanto sin estímulos externos, sin comparaciones ni urgencias digitales. Evitar el móvil a primera hora me lo tomo como un acto de autocuidado hacia mí misma. Uno que me protege de ese torbellino de información que roba atención y calma. Empezar el día sin pantalla es, literalmente, ganar espacio mental para uno mismo.
4. Practicar la gratitud
Ya lo he contado alguna vez: agradecer a primera hora cambia el ánimo. No hace falta escribir un diario; con dedicar unos segundos, antes de levantarse, a pensar en tres cosas que agradecer ese día, es más que suficiente. Puede ser algo tan simple como haber dormido bien, tener un día libre por delante o recibir un mensaje de alguien querido.
Lo importante no es el tamaño del motivo, sino el acto de redirigir la mente hacia lo positivo y empezar el día desde un lugar de calma. A veces lo hago en silencio, mientras me visto o preparo el desayuno. Otras, lo escribo en una libreta. Es un recordatorio de que cada mañana, por rutinaria que parezca, tiene algo por lo que dar gracias.
5. Estirar e hidratarse para cuidar el cuerpo
Después de horas de sueño, el cuerpo necesita activarse. Antes de cualquier otra cosa, bebo un vaso de agua. Este gesto tan simple es muy relevante, ya que ayuda a poner en marcha el organismo. Así lo confirman los expertos en salud: estimula la digestión, mejora la circulación y ayuda a que el cerebro se active con más claridad. Luego intento dedicar unos minutos a estirar suavemente. Nada elaborado: unos movimientos de cuello, brazos y espalda, o llevar las rodillas al pecho si todavía estoy en la cama.
Es una forma de despertar y preparar el cuerpo para el movimiento sin ser bruscos. Los fisioterapeutas advierten que durante la noche los músculos se acortan y enfrían; por este motivo, este pequeño estiramiento matutino ayuda a prevenir tensiones y a despertar con más agilidad. Es una forma de decir “gracias” al cuerpo antes de pedirle todo lo que le exigimos durante el día.