Los suelos de cerámica y mármol acompañan silenciosamente el ritmo de la casa. Son testigos del día a día, del paso del tiempo, de lo vivido. Mantenerlos bien no solo depende de la limpieza, sino de la atención con la que los cuidamos. Estos son algunos gestos que ayudan a preservar su brillo y su serenidad natural.
Cada superficie tiene su propio lenguaje. La cerámica habla de frescura, de resistencia, de líneas puras. El mármol, en cambio, evoca la elegancia del tiempo y la nobleza de lo que perdura. Ambos materiales comparten una misma verdad: necesitan cuidado para conservar su belleza intacta.
Cuidar el suelo no es solo una tarea práctica; es un acto de respeto hacia el hogar y hacia todo lo que sucede sobre él.
1. Limpieza suave y constante: el primer gesto de cuidado
La limpieza diaria es la forma más sencilla de mantener vivos los suelos. Un paño de microfibra o una mopa ligeramente humedecida bastan para eliminar el polvo y las huellas del día. Evita productos abrasivos o ácidos, especialmente sobre el mármol, ya que pueden opacar su brillo natural.
En la cerámica, opta por jabones neutros o específicos para superficies porcelánicas. Lo importante no es la frecuencia, sino la delicadeza del gesto.
2. Evitar la acumulación de humedad y cal
El agua puede ser aliada o enemiga. En pequeñas dosis limpia, refresca y da vida; en exceso, puede dejar marcas o desgastar el brillo. Tras fregar, seca siempre el suelo con un trapo limpio o deja que la ventilación natural haga su trabajo.
En zonas donde el agua es dura, conviene usar un poco de vinagre diluido en agua tibia —solo en suelos cerámicos— para evitar las manchas de cal. El mármol, más poroso y sensible, agradece un secado inmediato y un entorno sin humedad persistente.
3. Proteger con ceras o selladores adecuados
Un suelo protegido resiste mejor el paso del tiempo. En el caso del mármol, los selladores naturales o las ceras neutras crean una fina película que lo resguarda de manchas y microarañazos. Para la cerámica, basta con un sellador específico si se trata de piezas porosas o sin esmaltar.
La aplicación debe hacerse cada cierto tiempo, según el uso y la exposición. Es un gesto sencillo que prolonga la vida y el brillo del material.
4. Evitar productos agresivos: el brillo se cuida con paciencia
El brillo del mármol no depende de un limpiador milagroso, sino de la constancia. Evita la lejía, el amoníaco o los desengrasantes potentes: su efecto inmediato puede parecer eficaz, pero a largo plazo deterioran la superficie.
En su lugar, usa agua tibia, jabón neutro y una bayeta suave. Si el suelo ha perdido su lustre, un pulido profesional cada cierto tiempo devolverá la luz sin comprometer la piedra.
5. Colocar alfombras y protectores en las zonas de paso
Las alfombras no solo aportan calidez y textura; también actúan como aliadas del mantenimiento.
Colócalas en zonas de tránsito intenso —como pasillos o entradas— y bajo los muebles que se mueven con frecuencia.
Para evitar marcas, utiliza bases antideslizantes y evita los tejidos que puedan retener humedad. Cada alfombra protege, pero también decora: forma parte de ese equilibrio entre belleza y cuidado que define a un hogar atento.
6. Pequeños gestos que prolongan la vida del suelo
Colocar fieltros bajo las patas de sillas y mesas, evitar arrastrar objetos pesados, secar las gotas al instante, limpiar el polvo antes de que se incruste. Cuidar un suelo es cuidar la memoria del lugar. Cada precaución evita una huella, cada gesto preserva una historia.
7. Dejar que el suelo respire
La luz y el aire también son formas de limpieza. Abrir las ventanas, dejar que entre el sol y que circule el aire ayuda a mantener la frescura de los materiales naturales. El mármol y la cerámica agradecen ese contacto con la claridad del día, esa forma de respiración que solo un hogar vivido puede ofrecer.
Un suelo que envejece con gracia
La verdadera belleza de un suelo no está en su perfección, sino en cómo envejece. Las pequeñas marcas, el brillo desigual, los reflejos que cambian con la luz del atardecer. Cuidar la cerámica o el mármol no significa impedir el paso del tiempo, sino acompañarlo con respeto.
Porque el hogar, como nosotros, también se transforma. Y en ese cambio se revela su autenticidad: la del lugar donde la vida sucede.